Era su primer año con licencia de piloto de carreras. Desde Madrid agarró su Bultaco Tralla de 125cc y se plantó en La Bañeza. Aquella carrera de aquel pueblo leonés tenía algo especial, algo que enganchaba a todos los pilotos. Y Santiago Herrero había nacido para ser leyenda, por lo que estaba escrito que tenía que correr por las calles del circuito que también había nacido para ser leyenda.
La estrechez del circuito bañezano en aquella época sugería a los organizadores el recurso de hacer dos mangas clasificatiorias. Esto fogueaba además el ardor de las apuestas. Porque en el trazado urbano bañezano había un juego de apuestas, como en los hipódromos. Los espectadores se basaban en lo que veían en las clasificatorias, para apostar por sus pilotos preferidos y máquinas favoritas de cara a la manga final. Santiago Herrero concluyó quinto una manga final que fue vencida por el salmantino Carlos Hernández, uno de los hombres de la Escudería Charra, mientras que la vuelta rápida del circuito fue para uno de los hermanos Cauca, Mariano Arranz.
En 1963 Santi Herrero regresó a La Bañeza, esta vez pilotando una Lube NSU, pues había sido fichado por Don Luis Bejarano para su marca Lube de Baracaldo. En La Bañeza las carreras de la década de los sesenta eran de 125cc y por ello, cuando Santi Herrero fichó por OSSA para manejar la joya motociclista de 250cc diseñada por Don Eduardo Giró, fueron otros los circuitos en los que pasó a demostrar sus grandes cualidades y enorme destreza: nada menos que once podiums mundialistas, de los cuales cuatro en el cajón más alto.
Cuando en 1970 las carreteras de la Isla de Man se llevaron su vida, no se llevaron su alma motociclista, pues reside en los corazones de los aficionados eternamente. Así sucede en el corazón de La Bañeza.